sábado, 10 de noviembre de 2007

¿QUÉ SE ENTIENDE POR CIVILIZACIÓN CRISTIANA OCCIDENTAL?¿QUÉ SE ENTIENDE POR CIVILIZACIÓN CRISTIANA OCCIDENTAL?

¿QUÉ SE ENTIENDE POR CIVILIZACIÓN CRISTIANA OCCIDENTAL?

Afirmar que Chile forma parte y pertenece a la Civilización Cristiana Occidental exige que meditemos sobre lo propio de esta Civilización y la vinculación que, al unirnos con ella, nos vitaliza. Y para que estas consideraciones tengan validez, es tal vez conveniente que antes intentemos responder una pregunta que apunta a lo esencial de toda meditación histórica; ésta es: ¿Cuál es la relación del hombre con la Historia? Dado que, si la historia solamente constituyese –en el mejor de los casos , y como lo hemos insinuado en la introducción– una relación ordenada de los acontecimientos del pasado, tal como han ido quedando en los múltiples testimonios que cotidianamente el hombre va dejando, y en su momento rigurosamente investigados y expuestos por los historiadores, poco o nada nos importaría dar respuesta a una pregunta como la formulada, y poco o nada podría avanzarse en esta meditación sobre los fundamentos de la civilización cristiana occidental de Chile.

Pero, por el contrario, podemos afirmar que, para cada uno de nosotros, si apelamos a nuestra conciencia y recordamos esos momentos de lucidez en que, en más de una oportunidad a lo largo de la vida, vislumbramos cuál es el sentido de nuestra existencia y, por ende, por qué hacemos tal cosa y, aún más, para qué nos sacrificamos, la historia es, en esos casos, no un simple conocimiento sino una fuerza que nos anima, que nos ayuda a comprendernos, a conocernos y reconocernos en lo que somos y en lo que podemos, que nos habla pues, una vertiente que llega directa hasta nosotros y que continúa secundándonos; corresponde a lo que llamamos la tradición clásica, esto es, el cúmulo de experiencias aún vigentes de griegos y romanos. A dicha vertiente se suma la que proviene de Israel: la historia sagrada, porque en ella la intervención de la Providencia era más directa y manifiesta que en la de ningún otro pueblo de la tierra. La historia de ese pueblo elegido ofrece el fundamento sobre el cual Cristo edificaría su Iglesia, que históricamente se insertará en el mundo grecorromano, produciendo una transformación, vivificación y superación que, andando el tiempo, dará origen a la Civilización Cristiana Occidental.

Grecia nos ha legado por sobre todo una concepción de ser humano y de su rol en el mundo, vigente hasta nuestros días y que apreciamos como uno de los logros más espléndidos de la cultura griega.

En Grecia nace la ciencia tal como la entendemos hoy; una constante actitud inquisitiva e iluminadora que el griego, muy pronto, aplica sobre sí mismo: de allí el mandato conócete a ti mismo; y, a partir de este conocimiento, el hombre está en condiciones de llegar a conocer y dominar verdaderamente al mundo. En efecto, el hombre se propone como medida para todas las cosas, y el mundo es tal en cuanto es medido por el individuo. Ser humano y medida pasan a ser elementos fundantes de una cultura iluminada. Así se entiende que el Estado ha de ser una creación armoniosa y equilibrada, cuyo centro y medida es el hombre, condición ideal para que éste no se anule ni se masifique, sino que se engrandezca; así se crea –por ejemplo- un arte que descubre la armonía que anima las proporciones, que confiere a la figura humana un brillo divino, y que proyecta en la belleza admirable de sus construcciones. Pero todavía más; el hombre mismo ha de expresar ese equilibrio a partir de su ser, y no por imposición externa sino por cultivo de esa facultad que es saber medirse, evitando así caer en cualquier desmesura, atentatoria contra la dignidad de sí mismo. La vigencia de estos conceptos se comprueba en la dificultad misma que significa vivirlos y no contentarse con su repetición literaria.

A estos valores cultivados por el genio helénico, se agrega el realismo y la ponderación del romano, de ancestro campesino, cuyo genio hace posible las construcciones seculares que llevan en sí el germen imperial, en un intento extraordinario por hacer de la paz el fundamento del mundo.

Lo que Grecia cultivó en situaciones locales, Roma lo llevó a los pueblos como una ofrenda para entusiasmarles en la idea de participar en la construcción de un mundo en paz; con razón se ha afirmado que el Derecho Internacional se origina en las experiencias del pueblo romano.

Podemos visualizar al mundo antiguo en figuras ideales que, transformándose a lo largo de los siglos, mantienen su espíritu y son capaces también hoy de entregamos su mensaje.

La figura del héroe, tal como es cantada en los poemas homéricos, por Virgilio o por la épica teutónica, constituye una de nuestras dimensiones históricas, vivida -una vez que el bautismo transforma al héroe en caballero cristiano- generosamente por el hidalgo español, de donde toda veta de auténtico heroísmo nuestro procede. El sabio, el filósofo, el hombre que se enamora de los valores superiores del espíritu, igualmente hoy es para nosotros un ideal y una posibilidad para animamos en la tarea de descifrar los misterios que nos esforzamos en echar sobre nuestras cabezas. La figura del estadista, del hombre con autoridad y visión para decidir con acierto en el campo de lo público(tema no menor al momento de optar y decidir respecto a nuestros destinos individuales), y dispuesto, si es necesario, a sacrificarse por el bien común, por la República, es otra de nuestras conexiones directas con el mundo antiguo.

Hombres como éstos, y especialmente los santos, los hay en todas las épocas y en todos los ámbitos. Para ellos no valen las clases sociales, ni el sexo, ni la raza, y sorprendentemente sentimos que todos nos pueden hablar directamente, que no nos son ajenos; en verdad, nos vamos descubriendo en cada uno de ellos porque podemos decir que cada uno de ellos es una faceta de la humanidad llevada a un grado de perfección.

Los siglos medievales significaron un tiempo en el cual pudo integrarse esas dimensiones del mundo antiguo, renovadas por la fe cristiana; también los pueblos bárbaros, que entraron a saco en el Imperio Romano, fueron prontamente convertidos al cristianismo, y desde los antiguos territorios la fe se fue expandiendo hasta ganar lentamente a toda Europa.

Si hay época de la historia mal comprendida, ésta es la Edad Media. Generaciones de historiadores ateos, positivistas o materialistas, han acumulado su incomprensión, cuando no su odio, sobre una época en que la Iglesia fue madre de la Sociedad, y, como tal, sabía ser bondadosa y severa a la vez. La acción de la Iglesia es especialmente significativa en la transformación de rudos guerreros preocupados del botín, en caballeros cristianos preocupados de su honor, fieles a su palabra, leales a su señor, defensores de la verdad; lo es también en la organización de la educación, que de la escuela monástica culmina en las universidades, y de los tratados elementales, en las obras de un Santo Tomás de Aquino o un San Buenaventura; lo es igualmente la elaboración de un arte sagrado, que expresa en el simbolismo de la catedral, los profundos sentimientos de una sociedad que siente y quiere vivir en la presencia de Dios, reconocido como Alfa y Omega, esto es, Señor de la Historia; de una historia en la cual la tarea decisiva es la salvación propia y del prójimo.

Para el siglo XV, Europa, y de un modo particular España, estaba madura para iniciar un nuevo período de su historia, gracias al descubrimiento de América y otros continentes; digo que España de un modo particular, porque allí se había vivido la defensa de la civilización cristiana frente al Islam durante siglos, y el temple del español se había acrisolado en esa campaña secular. Es así que, cuando estas tierras vieron llegar al conquistador español, al mismo tiempo recibieron la bendición del misionero y desde entonces comenzó a edificarse un pueblo que siente la hermandad en la Fe, los cuales pueden, con las palabras del poeta, "rezar en la misma lengua".

El conquistador español se prodigó fecundamente en nuestras latitudes, engendrando un pueblo que, por el mismo aislamiento, al encontrarse en el "último rincón del mundo", siente profundamente a la vez el arraigo al terruño y la aventura en horizontes desconocidos.

La Corona española nos brindó instituciones que, desde el primer momento, aceptaron a los nacidos en estas tierras, ofreciéndoles todas las expectativas del saber, de los cargos y de la responsabilidad, educándolos para tareas superiores.

La Iglesia, al ofrecernos los tesoros de la Fe, nos elevó a la dignidad de hijos de Dios, y así la historia comienza a mostrar su verdadero sentido, fue un chileno de la Colonia, Manuel Lacunza, S.J., el que pudo escribir ese libro, pasmo de generaciones, "La venida del Mesías en Gloria y Majestad", que incorpora la tensión trascendente a las historias naturales o civiles, tal como las escribió Molina u Ovalle.

Nada fue, pues, préstamo o imposición; todo se insertó natural, espontáneamente, y así el crecimiento fue fuerte, sólido, macizo; se vive con propiedad; consciente de lo que hemos recibido, aceptado, encardinado, y de que con ello no sólo vivimos más plenamente, sino que hacemos vivir más plenamente a España, a Occidente, al mundo clásico, a la Iglesia…, ya que todos crecen de verdad, al retoñar en nosotros.

Así, pues, se ha construido nuestro itinerario espiritual y por España llegamos a Europa, a esa Europa que nace desde el Imperio Romano, que a su vez recibe de Grecia y de Israel los valores que hasta hoy nosotros nos preciamos de reconocer como los propios de nuestro ser histórico y, por lo tanto, como dignos de ser defendidos. Lo que Occidente, gracias a España, nos aportó, no fueron galas que usadas parecen disfraces, o máscaras con rictus forzados; por el contrario, como queda dicho, fue tal la propiedad con que comenzamos a usar lo que sentimos como verdadero patrimonio, que éste ha ido adecuándose a las necesidades de cada momento, plasmándose por generaciones, renovándose en profundidad, pero sin perder su vertebración original ni menos el espíritu; ha ido así perfilándose cada vez con más nitidez lo que el historiador que más vivamente sintió y comprendió este proceso, Jaime Eyzaguirre, llamó con acierto "La fisonomía histórica de Chile", título de un libro clave, y cuya lectura resulta cada día más iluminadora. Sólo me remito a su "Advertencia Preliminar "de fecha 1946.

Dice el maestro: " Justamente las páginas que siguen se proponen descubrir la imagen propia de Chile a lo largo de su historia, sin desglosar ni su cuerpo ni su alma del tronco hispanoamericano, y, por el contrario, yendo a buscar en la común raíz la clave de muchas actitudes vitales".Esta tarea la asumo, brevemente, al final del ensayo , a guisa de colofón.

Nuestra historia propugna, desde muy temprano, un modo de ser chileno, que encarna con austeridad ideales del mundo clásico y con optimismo virtudes cristianas; este modo de ser realista, recio y esperanzado, está en las antípodas mismas del parecer según la moda del momento, por atractiva que se le presente, Y. por eso, nada repugna más a nuestro estilo que el fantasioso vivir de apariencias que, en verdad, no es sino una triste mascarada de la vida; se comprende, entonces, que el mayor genio político que conoce nuestra historia patria, don Diego Portales, construya su sistema que permitió nada menos que entregarnos, como dijera don Alberto Edwards Vives, una República en forma al margen de toda moda, retornando a los conceptos tradicionales de austeridad, honestidad, y sentido de servicio y del deber, que hicieron grande a Chile, y por decenios respetable y respetado, y que ahora igualmente están en los fundamentos de nuestro Gobierno y son, por lo mismo, garantía de nuestro optimismo.

La experiencia que Chile vivió, hace poco, al ver cómo nuestros valores -nuestro modo de ser nacional- iban siendo mañosa, malignamente postergados, pervertidos, aniquilados, alcanza dimensiones mundiales porque aquí se puso en juego y probó si la tradición histórica era más débil o más fuerte que la audacia y la fuerza de aquéllos que querían transformarnos, con prescindencia de lo que es nuestra tradición. Y aquí se probó que la tradición estaba presente en nuestro pueblo; que el derecho es para nosotros una realidad sustancial que no puede ser pisoteada; que la Fe es para nosotros una realidad que defenderemos aún a costa del martirio, tal como lo aprendimos de los múltiples testimonios que hay a lo largo de toda la historia de la Iglesia; que el humanismo es una realidad que tiene en nosotros arraigo permanente, porque se abona con la presencia de un mundo que nos dice a través de la historia todo lo que ha sido el esfuerzo mantenido del hombre por tratar de ser cada vez más hombre en el reconocimiento de su grandeza y, de su dignidad. Todo esto se puso a prueba y todo esto triunfó; y este triunfo tiene una resonancia histórica que hoy día nosotros apenas estamos en condiciones de apreciar.

Insisto a mis amables alumnos, (y tolerantes lectores) que la conexión de Chile con la Civilización Cristiana Occidental no es únicamente en el sentido de receptores y continuadores de los más nobles aspectos de su patrimonio. La Civilización Cristiana Occidental desde hace mucho tiempo penetró sus raíces en estas tierras, como quedó visto, y así como desde un punto se puede influir el todo, igualmente desde un instante a otro, puede perderlo todo.



I.- LAS TRES ENTIDADES DE LA CIVILIZACIÓN CRISTIANO OCCIDENTAL.

La primera entidad es la originalidad aportada por los griegos antiguos, participada posteriormente a los pueblos que, de una u otra manera, entraron en contacto con ellos, y que configurará la civilización helénica, es la capacidad para inquirir, para cuestionar, para preguntar, en suma para criticar. Con esta actitud, cultivada a lo largo de generaciones, los griegos provocaron profundas conmociones espirituales a su realidad, haciendo posible que el hombre alcanzase conciencia de su historicidad.

En esta perspectiva, la historia propiamente tal, está íntimamente ligada a la crisis que el ser humano experimenta en ciertos momentos de su existencia, y que, debidamente enfrentada y superada, conduce a nueva expresión de su propia historia.

Crisis, es un término consustancial a la historia griega antigua, y es de la historia de los griegos de donde pasa a la historia de la civilización occidental (aún no cristiana, como podrá advertirse). La expansión de Occidente – teniendo como punto de inicio el Renacimiento- ha llevado formas, principios y, en algunos casos, valores propios de su civilización el resto del mundo. (Vs. Rodríguez Adrados, Francisco: Ilustración y política en la Grecia Clásica. Madrid, 1966.)

La crisis surge con este inquirir a fondo que se inicia ya en el mundo de los presocráticos- (sigo en esta parte a Herrera C.H: El sentido de crisis en occidente. Academia Superior de Ciencias Pedagógicas de Santiago, 1986.)-; más la raíz indoeuropea kri, que da origen en griego, tanto al verbo krino, como a los sustantivos crisis, krités, kritérion, krima o al adjetivo kríticós, consulta en la densidad primordial de sus significados, además de la acepción de criticar, que es la de juzgar, decidir, elegir, bien patente en el caso de krités (el juez). Implícita está , luego, la conexión entre crisis y emitir un juicio sobre la realidad; este juicio puede ser , en más de un caso, negativo porque se establece que la visión de la realidad no tiene fundamentos, que es, por ejemplo, mítica, y que, frente a ella, la razón siente la obligación de dar respuesta que ya no descanse en tal tipo de fundamentos sino que apele a argumento lógicos; porque, como hemos estudiado, la crisis, en Grecia, está en relación estrecha con la lógica, esto es con la capacidad de dar una respuesta racional. Advierto que no existe la "respuesta comprometedora", lo que sería un pleonasmo, ya que el verbo latino spondeo significa aceptar un compromiso solemne, tal como el del padre que se compromete a dar a su hija en futuro matrimonio (sponsa). ( Del latín sponsa viene el concepto esponsales o desposorio, esposo, esposa, o sea ,la promesa de matrimonio mutuamente aceptada, que es un hecho privado, que las leyes someten enteramente al honor y conciencia del individuo, y que no produce obligación alguna ante la ley civil.La promesa fue motivada con la misma honestidad y sentimiento con que se h creado el género humano Lo regula el artículo 98 del Código Civil chileno, lo que demuestra la vigencia de los principios greco romano)

El término de crisis es empleado hoy con alcance mundial, pero distorsionado de su auténtico significado, ya que, en la mayoría de los casos, su uso actual amplificado por medios de comunicación social, no siempre acertados, por cierto, no guarda relación con aquel hondo cuestionamiento espiritual que está en la raíz misma de toda verdadera crisis. Una historia, lo he dicho ya, puede ser afligida por una serie de hechos, fenómenos naturales, un terremoto, por ejemplo, (llamamos a esto fuerza mayor o caso fortuito), y ese terremoto no causar, necesariamente, una crisis, aun cuando la situación que se viva a causa de este sismo sea del todo dramática.

La historia de las civilizaciones orientales –y aquí es necesario establecer al menos algún paralelo- con toda su riqueza expresiva y su derroche de acontecimientos, y más aún la de los primitivos, donde puede haberse dado elaboraciones culturales extraordinariamente complejas, y, en ciertos casos artificiosas, viven una ordenación de todos sus elementos componentes sujeta a equilibrios inestables como consecuencia de los accidentes naturales, de la amenaza de invasiones, de las pasiones desatadas, y enceguecedoras, y por tanto, en una primera aproximación, podría parecer que están siempre en el borde del acantilado de una crisis. Y, con todo, no lo están. Lo que viven y pueden vivir son desastres, calamidades o infortunios, puesto que afectan tan sólo asuntos formales o situaciones materiales, ya que sus historias son radicalmente ajenas a esa peculiar dinámica que consiste en vivir en crisis. En el caso más agudo, estas sociedades pueden entrar en crisis, situación extremadamente compleja para su identidad cultural, porque las enfrenta a desafíos para los cuales no están preparadas; el resultado, por lo general, es un estado de alienación, una ruta inexorable al derrumbe.

El mundo Oriental, por oposición, tiene una especial vocación por el equilibrio de las cosas y las personas y resulta elocuente en el arte. Esta consagración de la forma, en el aspecto artístico, por ejemplo, se aprecia cuando uno ve cómo estas historias alcanzan una expresión estilística que no ha sufrido ninguna de las peripecias, de los vaivenes que caracterizan a la historia del arte de Occidente, desde el Renacimiento a nuestros días; o para hacer el recorrido en toda su amplia curvatura; desde el geométrico de Grecia Arcaica hasta hoy. En el mundo Oriental hay modulaciones, variaciones, sobre un estilo permanente, pero no cambios fundamentales o radicales que impliquen ruptura, tensiones dramáticas u oposiciones violentas al pasar de un estilo a otro. Reitero; en el mundo Oriental podemos advertir variaciones, pero no rupturas.(Vs. para :"El budismo" a Raúl Ariztía Bezanilla. Para la "India" a Sergio Carrasco Álvarez, y, "Mongoles a los Otomanos, "Las Instituciones Otomanas", la "Civilización otomana", "El Islam en India e Indonesia", "El Tíbet antiguo" a Eugenio Chahúan Chahúan y el documentado trabajo de Jan Kñakal Cisar: El mundo oriental. Todos en Historia Universal ,Grimberg ,Carl.T.15,Ercilla , Santiago, 1985)

En cambio, el Occidente pareciera que la crisis es un plantearse frente a normas establecidas ,a principios consagrados ,a tradiciones al parecer intangibles, a valores supuestos como definitivos y, así casi sin advertirlo, en un cierto momento, surge la oposición, una mirada, una palabra, un gesto, "una actitud de colibrí" al decir del Nóbel Neftalí, que apunta a lo profundo de esa situación o de ese orden establecido, y que plantea una interrogante que lacera, y que sigue vigente hasta tanto no se ofrece una respuesta valida, capaz de superar la situación anterior. De este modo nace la historia de Occidente, acostumbrándonos a vivir en crisis,"que duda cabe", al decir de Erasmo. La crisis en Occidente no significa caos y derrumbe. Así nos advierte Herrera Cajas, sino que permite templar el alma occidental, acostumbrado a vivir en esta situación, tensa, dramática; al exigirlo, lo ha sido cultivando en el sentido de la responsabilidad histórica para que, en cada momento, con el máximo ingenio, resuelva la historia.

La segunda entidad en la que hunde sus raíces la Civilización Cristiano Occidental es la Iglesia Cristiana. Ésta comenzó como expresión terrenal de un propósito divino y celestial. El Pontificado de Pío XII dejaría, tras su muerte, una huella indeleble en la Iglesia Católica Universal. Dicho Pontificado se había caracterizado por una política exterior fundada sobre el rechazo a la ascendente influencia del Marxismo, representada en la consolidación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas como potencia mundial, y en el plano interno, por un liderazgo rígidamente jerarquizado, hostil al creciente fenómeno del llamado Modernismo Cultural, al cual Pío XII era particularmente refractario.(Vs.:Concha Oviedo, Héctor en : La política de la fe : la doctrina social católica .comentario a las llamadas encíclicas sociales, Edic. U. Concepción , 2001).

Será el propio Papa Pío XII que nos dice: "Todo hombre, por ser viviente dotado de razón, tiene efectivamente el derecho natural y fundamental de usar de los bienes materiales de la tierra"(Discurso La solemnitá, 1º junio de 1941, DS p.956). Conceptos especialmente interesantes y que pormenorizo más adelante cuando trato el tema de los pilares fundamentales de nuestra civilización cristiano occidental (Capítulo segundo)

No obstante, cabe consignar a manera de corolario, a partir de la asunción a la jefatura del Estado vaticano y, por lo mismo, al liderazgo del Cristianismo Católico mundial, del Arzobispo Polaco Karol Wojtyla, como Juan Pablo II, se daría comienzo a una profunda reorientación, de carácter conservador, de las directrices sociopolíticas provenientes de Roma, en relación a lo que fue el llamado Espíritu del Concilio Vaticano II y su puesta en práctica, así como de lo obrado por los Papas mencionados en este texto; dicho cambio, aún en proceso, nos explicaría las actuales tensiones entre algunos sectores del Colegio Cardenalicio y el Pontífice y su círculo más cercano, así como la reestructuración en los alineamientos electorales al momento de elegir al sucesor de Juan Pablo II.

La tercera entidad es el Imperio Romano. Era simplemente la más colosal máquina política, económica y militar producida jamás por el esfuerzo del hombre. En cuestión de unos pocos siglos, Roma dominó al mundo con el empuje irresistible de sus legiones perfectamente entrenadas para "venir, ver y vencer".

Sin embargo, la naturaleza dogmática de la iglesia la hacía imposible de aceptar para Roma. Muy pronto, todo su poder se volcaría por completo en la firme determinación de extirpar a la "secta cristiana" de las bases de su vasto imperio. La razón ya le hemos estudiado. Simplemente la iglesia era "disfuncional"- en concepto de Roma- para el sistema. Los creyentes se negaban a adorar al emperador (símbolo de la unidad política del imperio), y a integrar sus legiones conquistadoras (soporte de su poderío militar).

Esto socavaba las bases mismas de su poder. Como se puede ver, las razones de Roma eran muy prácticas y concretas. Los cristianos eran sencillamente "ateos" y traidores. Si se les dejaban medrar en libertad, el futuro mismo de Roma estaría en peligro. El imperio actuó con la fría lógica del sentido común.

Esta situación perduró hasta el tiempo de Constantino (reinó del año 306 al 337.Abrazó el cristianismo y trasladó el Imperio a Bizancio, Constantinopla , hoy Estambul ). Durante casi trescientos años la iglesia sufrió la persecución y el martirio a manos del poder de la arrogante ciudad que se hacía llamar "señora del mundo". Y fue así como, en los días de Constantino, casi la mitad del imperio era ya encubiertamente cristiano.

Entonces sobrevino el cambio. Roma comprendió que era mejor unirse a los cristianos que seguir luchando contra ellos. Constantino se hizo cristiano y declaró al cristianismo la religión oficial del imperio. Muchos vieron aquí el triunfo de la iglesia sobre el Imperio. Pero la realidad fue muy diferente. Lo que en verdad ocurrió es que Roma convirtió al cristianismo en una religión funcional para el sistema. Y la iglesia perdió su carácter perturbador, revolucionario e iconoclasta* del principio. Emergió entonces una extraña hibridación: la fusión del poder político y militar con el poder de la fe. La iglesia legitimaría al imperio, y, a cambio de eso, el imperio defendería a la fe.

Casi toda la historia occidental a partir de entonces es un fruto de esta imposible simbiosis.

¿Qué puede ejemplificar mejor esta hibridación que las cruzadas? ¿Aquel inútil intento por recuperar mediante la espada los "santos lugares" de la fe cristiana? Pues allí confluyeron intereses tan poderosos como antagónicos: El fervor de la fe unido a la ambición económica y la crueldad injustificada de los caballeros cruzados. Quizá la mera ocurrencia de este escandaloso hecho nos debiera otorgar alguna luz en los tiempos que vivimos. Al fiero fervor guerrero del Islam, occidente opuso la cruel espada del caballero "cristiano". Pero este caballero fue, en sí mismo, una contradicción en los términos. El Islam es una religión guerrera. Cuando occidente lo atacó a través de las cruzadas militares, tan sólo consiguió exacerbar el odio y el rechazo musulmán hacia la fe cristiana, cuyos frutos se cosechan hasta hoy.

Por esta razón, las cruzadas contra los musulmanes fueron una contradicción en los términos ya estudiados y la "civilización occidental cristiana" también lo es. Occidente, de pronto, no es cristiano. Sólo usa, con demasiada frecuencia "lo cristiano" en la medida que le permite justificar y legitimar sus intereses y acciones.



II.- APORTES Y PRECISIONES CONCEPTUALES DE LA CIVILIZACION CRISTIANO OCCIDENTA EN CHILE

1.- LA NOCIÓN DE INSTITUCIÓN COMO FACTOR DE INTEGRACION CULTURAL *

No se conoce una buena definición de institución. La más clásica es la del jurista Maurice Hauriou (1856 - 1929), para quien "la institución es una idea de obra o empresa, que se realiza y dura jurídicamente en un medio social".

Esta definición es demasiado jurídica. Una idea de obra o empresa pueden ser el gobierno y la familia, pero no la sanción penal o la moneda. Ellas no pueden reducirse a lo que Hauriou entiende por institución, que es algo así como una corporación o persona jurídica.

Entre los historiadores, García Gallo, conocido historiador del Derecho, es muy cauteloso al hablar de instituciones. Dice que "son situaciones, relaciones u ordenaciones básicas en la vida de la sociedad".

Es una definición demasiado amplia en la que cabe todo, y puede.hacer considerar como institución lo que no lo es.

El problema que se presenta al intentar una definición es que las instituciones abarcan diversos aspectos de la vida humana. Representan un cierto grado de cristalización de las formas culturales, que pueden ser jurídicas, sociales, económicas, políticas, religiosas y demás.

Naturalmente no es éste el lugar ni el momento de zanjar la cuestión. Dejándola abierta, intentaremos una simple descripción partiendo de su etimología.

Instituir, dice el Diccionario de la RAE, significa fundar, establecer. Las instituciones pueden describirse, pues, como una creación humana, que permanece en el tiempo, con el propósito de satisfacer una necesidad colectiva, sea esta cultural, espiritual, jurídica, económica o educacional..Es forma cultural que sirve de cauce permanente a la vida colectiva.

Forma cultural quiere decir forma que proviene del hombre. Lo propio de las instituciones es haber sido establecidas por el género humano, aunque sea sobre una base o presupuesto natural, como sucede en el matrimonio y la familia.

Las instituciones tienen un papel dentro de la vida colectiva. Modelan la convivencia de la comunidad. Constituyen un elemento común a cada grupo humano y generan una cierta comunidad entre los que participan en ellas.

Por otra parte, la institución es algo permanente. Tiene normalmente una duración superior a la vida de las personas singulares, De ahí que sea un elemento duradero sobre el cual se sustenta la comunidad. Hay, pues, un patrimonio institucional permanente que es parte del patrimonio cultural de una comunidad.

Las Instituciones Políticas.

Como es sabido, la palabra política viene del griego polis, que significa ciudad.

Pero la ciudad griega no es lo mismo que la nuestra. No es la materialidad de unas plazas, unas calles, unas casas y unos edificios públicos. La polis es un todo completo en sí mismo. Tiene tus propios dioses y se vanagloria de reunir todo lo que el hombre necesita para llevar una vida plenamente humana. El hombre se podía definir en función de su ciudad, porque, ella era para él su patria, no un mero lugar de residencia.

En este sentido utilizó Aristóteles, la palabra político cuando llamó al hombre zoon politikon es decir, animal civil o urbano. Con eso quiso decir que el "hombre" es un animal constructor de ciudades que necesita de la ciudad para vivir de acuerdo a su condición humana. Y si este individuo vive fuera de estas construcciones citadinas es una bestia o un dios, pero no un ser humano De este modo se explica este severo castigo del ostracismo La ciudad es, pues, el único marco donde por naturaleza le corresponde vivir al hombre. Los barbaroi, bárbaros que viven en tribus, bandas u hordas, están mucho más cerca de los animales, que viven en jaurías, rebaños o manadas, que del ciudadano.

La ciudad griega no es, como las nuestras, parte de un todo mayor. Hoy cuando se habla de ciudad se piensa siempre en una parte de un país, salvo casos excepcionales como pueden ser el Principado de Mónaco o Ciudad del Vaticano. Aparte de ellos ya casi no existen ciudades que sean al mismo tiempo un Estado.

Las ciudades griegas eran en cambio ciudades-Estado. Por eso en ellas la palabra política se refiere al gobierno de una colectividad o comunidad humana que no forma parte de otra, sino que es un todo por sí misma.

De ahí viene que hoy no se traduzca el término griego política por urbano, que es su versión literal, sino en un sentido más amplio referido al Estado. En las lenguas neolatinas, como el castellano o el francés, y en las germánicas, como el alemán o el inglés, la palabra política ya no se refiere a la ciudad, sino al Estado.

Así, pues, el estudio de las instituciones políticas equivale al de las instituciones relativas al o los Estados, es decir, a un comunidad humana con un gobierno propio.

HISTORIA DE LAS INSTITUCIONES POLÍTICAS.

La historia de las instituciones políticas, tal como la he descrito hasta ahora, es una disciplina que podemos llamar reciente en el mundo occidental.

Como su iniciador puede considerarse a Francisco Martínez Marina (1754 - 1833), que publicó, a comienzos del siglo XIX, su Ensayo histórico-crítico sobre la legislación y principales cuerpos legales de León y Castilla en 1808 y en 1913 su Teoría de las Cortes.

Después de él los primeros grandes representantes de la disciplina fueron Georg Waitz (1813 - 1881) en Alemania, Juan Antonio Elías (1817 - 1881) y Manuel Colmeiro (1818 – 1894) en España, William Stubbs (1825 – 1901) e Inglaterra, Numa Dionisio Fustel de Coulanges (1830 – 1889) en Francia y Enrique Gama Barros (1833 – 1925) en Portugal.

Waitz escribió una Deutsche Verfassungsgeschichte, aparecida en ocho pequeños volúmenes en Kiel (1844 – 1878), cuyo título puede traducirse como Historia Institucional de Alemania y que abarca desde los orígenes hasta el siglo XII.

Elías publicó en 1847 un Compendio de Historia de las Instituciones y del Derecho de la Monarquía española y de cada uno de los reinos en que estuvo dividida.

Stubbs escribió The Constitucional History of England in its origin and development en 1847, es decir, la historia constitucional de Inglaterra en su origen y desarrollo.

Manuel Colmeiro es autor de De la Constitución y del gobierno de los reinos de León y de Castilla, que vio la luz en 1855 y tuvo una segunda edición en 1873.

Fustel de Coulanges publicó una Histoire des institutions politiques de l’Ancienne France, en seis volúmenmes, en París, 1875 – 92, que alcanza sólo hasta la época carolingia.

Gama Barros es autor de una monumental História de Administraçao Pública en Portugal, nos séculos XII a XV, publicada entre 1885 y 1922.

Actualmente, en los países de habla castellana y portuguesa encontramos varias obras que llevan el título de Historia de las Instituciones.

Por el intento de abarcar en su conjunto a los países de Hispanoamérica, merecen mencionarse Las instituciones políticas de América Latina, de Raúl Cereceda, publicadas a multicopista en Madrid en 1961.

En Chile se erigió en 1966, en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, una cátedra de Historia de las instituciones políticas, que hoy está refundida con la cátedra de Historia del Derecho. Jaime Eyzaguirre (1908 - 68) publicó para esa cátedra un pequeño manual titulado Historia de las Instituciones Políticas y Sociales de Chile en 1966, en algunos aspectos ya superado, dados los avances posteriores de la disciplina.

En Argentina, Víctor Tau y Eduardo Martiré publicaron en 1967 Manual de Historia de las Instituciones Políticas Argentinas.

En España, la obra más conocida es Historia de las Instituciones Medievales Españolas, debida a Luis García Valdeavellano, aparecida en Madrid en 1968.



2.-LA NOCIÓN DE "LO PÚBLICO" Y DE "DERECHO PÚBLICO"

Sin el ánimo de ser exhaustivo, el signo que al parecer marca la sustancia del derecho nuevo es el signo de lo público. Pero debo aclarar que entendemos la expresión "público" en su sentido genuino, no necesaria ni totalmente ligada a lo estatal, que tan sólo constituye una parte de lo público.

Ese genuino sentido está dado por la etimología de nuestra expresión, cuya base se encuentra en populus-populicus-publicus. Publicus, siendo el adjetivo que corresponde a populus, es, así, lo concerniente al populus o, como diríamos hoy, a la sociedad. La contraposición más propia de publicus es privatus aquello que concierne al privus esto es, en nuestro actual lenguaje, al particular, al individuo integrante (partícula o pequeña parte) de la sociedad. En esta contraposición, lo que importa al poder social, que desde el s. XVI llamamos estado, va incluido en lo público, porque dicho poder es de manera primigenia una organización destinada al regimiento de la sociedad y no de los particulares.

Esta consideración más amplia de lo público es esclarecedora y aclara situaciones que no se explican con el concepto de lo público como íntegra y totalmente congruente con lo estatal. Nos referimos a aquellas situaciones cada vez más frecuentes, de intervenciones potestativas en detrimento de lo privado pero sin beneficio, al menos directo, de lo estatal, y que, por lo tanto, no podrían calificarse de públicas, si público se identifica con estatal.

Todo lo anterior implica, al menos en el orden de los conceptos, el reconocimiento de la existencia de dos esferas: la pública, cuyo sujeto, por así decir, es precisamente el populus; y la privada, cuyo sujeto es el privus, el particular. Comoquiera que cada una de ellas exige la regulación proveniente de un cierto derecho, lo que caracteriza en general a ambas esferas, y lo que las diferencia, es la específica capacidad de cada sujeto para dar a su respectiva esfera, de modo autónomo y suficiente, la regulación que le corresponde. De esta manera, aquella regulación que hace el populus a través del poder público, para el servicio de su propia esfera, es el objeto específico de la ley, que por tal razón se llama pública; y aquella otra que hace al particular, para el servicio de la suya, es el objeto específico de otra clase de ley, que se llama privada. Hoy día ya no hablamos más de ley pública y de ley privada, sino simplemente de ley y de negocios jurídicos, observando que un remoto resabio de aquella primera distinción es lo que aún ahora suele designarse con el nombre de ley del contrato.

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